Estrategias metodológicas para el desarrollo de competencias en la educación superior: autonomía, cooperación y diversidad didáctica: Ensayo Argumentativo
Gloria Eneyda Jurado Erazo, Claudia Milena Muñoz Patiño, John Frank Buitrago González
1. Estudiante Doctorado en Educación, Magister en Educación, Ingeniera de Sistemas, 0009-0009-0210-7219, Pasto Colombia, gloriajur@gmail.com
2. Estudiante Doctorado Educación – Magíster en Psicología, Ingeniera, 0000-0001-5634-7394, Cali, Colombia, claudiamilenamunozpatino@gmail.com
3. Estudiante de Doctorado en Educación, Magister en Seguridad Pública, Especialización en Seguridad y Alta Gerencia, Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, Administrador Policial. 0009-0000-0206-7194. est.john.buitrago@unimilitar.edu.co
Introducción
En la actualidad, la educación superior enfrenta retos y transformaciones que demandan replantear profundamente las prácticas pedagógicas tradicionales. Este proceso se inserta en un contexto caracterizado por la necesidad de garantizar un aprendizaje significativo, el desarrollo integral de competencias y la preparación de estudiantes capaces de enfrentar los desafíos de un mundo complejo, cambiante y altamente interconectado. Para lograrlo, las metodologías de enseñanza han evolucionado desde modelos centrados en la transmisión pasiva de información hacia enfoques dinámicos donde los estudiantes asumen un rol activo y protagónico.
En este marco, cobran relevancia las metodologías activas, el trabajo autónomo, el trabajo cooperativo y la variedad de métodos didácticos, no solo como estrategias aisladas, sino como componentes articulados que permiten diversificar la experiencia de aprendizaje. Estas metodologías no solo responden a las exigencias de la educación por competencias y la educación inclusiva, sino que promueven habilidades esenciales como la autorregulación, la interacción significativa, el aprendizaje colaborativo y la capacidad de resolver problemas reales, elementos que el mercado laboral y la sociedad contemporánea exigen con urgencia.
Este ensayo se organiza en tres núcleos fundamentales desarrollados por los integrantes del equipo: las metodologías activas, a cargo de Gloria; el trabajo autónomo y cooperativo, desarrollado por Claudia Milena; y la variedad de métodos didácticos, analizados por Frank. A partir de estos ejes, se busca fundamentar teórica y metodológicamente cómo estas prácticas fortalecen la formación de competencias en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el nivel superior.
Desarrollo
Metodologías activas: un camino para la transformación de la enseñanza-aprendizaje.
En el actual contexto educativo caracterizado por la globalización, la digitalización y la creciente complejidad de las realidades sociales y profesionales, las metodologías activas se han posicionado como una respuesta estratégica a las limitaciones de los modelos tradicionales. Estas metodologías transforman al estudiante de receptor pasivo de contenidos a protagonista de su propio aprendizaje, permitiéndole construir saberes significativos en contextos reales, colaborativos e inclusivos (Muntaner-Guasp, Mut-Amengual & Pinya-Medina, 2022).
Las metodologías activas han sido definidas como aquellas que sitúan al estudiante en el centro del proceso, permitiendo que aprenda haciendo, reflexionando, resolviendo problemas y trabajando con otros (Muntaner-Guasp et al., 2022; Johnson & Johnson, 2000). En contraposición al enfoque tradicional, centrado en la transmisión unidireccional de contenidos, las metodologías activas propician una experiencia educativa que promueve la autonomía, la creatividad, la cooperación y el pensamiento crítico (Bravo & Cáceres, 2014). Entre estas metodologías se destacan el aprendizaje basado en problemas, los proyectos, el aprendizaje cooperativo, el aprendizaje por descubrimiento y las simulaciones, todas ellas articuladas en torno a la acción y la reflexión.
El estudio de Muntaner-Guasp et al. (2022) destaca que las metodologías activas, además de mejorar la motivación y la implicación de los estudiantes, son esenciales para la concreción de una educación inclusiva. La inclusión educativa no solo refiere a la presencia física de los estudiantes en el aula, sino a su participación activa y su progreso real en los aprendizajes. Este hallazgo es coherente con el planteamiento de Guitert y Jiménez (2000), quienes afirman que las metodologías activas generan comunidades de aprendizaje que promueven la cooperación, la diversidad y la equidad, fortaleciendo el desarrollo de competencias clave para el mundo actual.
No obstante, la implementación de metodologías activas no está exenta de desafíos. En ocasiones, su aplicación se enfrenta a culturas escolares arraigadas en modelos conductistas, a la falta de formación docente y a limitaciones institucionales (Buitrago, Jurado & Muñoz, 2020). A pesar de ello, la evidencia es contundente: las metodologías activas no solo son más efectivas para el desarrollo de competencias transversales y específicas, sino que favorecen climas de aula más democráticos, participativos y respetuosos de la diversidad (Muntaner-Guasp et al., 2022; Johnson & Johnson, 2000).
La implementación de metodologías activas en la educación superior es tan importante, como en la básica, ya que también establece una base sólida para la preparación efectiva de los estudiantes, facilitando su tránsito y permanencia en la educación superior. Estas metodologías, al centrarse en el aprendizaje práctico y colaborativo, fomentan habilidades esenciales que los estudiantes requieren en su desarrollo académico posterior. Investigaciones han demostrado que las metodologías activas, como el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), mejoran significativamente la motivación y el rendimiento académico de los estudiantes (Mayorga-Ases, Tagua-Moyolema, Muyulema-Muyulema, & Velastegui-Hernández, 2024). Al involucrar a los estudiantes en proyectos reales, se promueve el aprendizaje significativo y la aplicación práctica de conocimientos, habilidades que son fundamentales en la educación superior.
Además, la adopción de metodologías activas en la educación básica contribuye a la permanencia de los estudiantes en la educación superior. Un estudio sobre la influencia de estas metodologías y los factores sociológicos en la deserción y permanencia de los aprendices del SENA reveló que el aprendizaje activo y participativo permite a los estudiantes explorar sus potencialidades e identificar sus vocaciones, reduciendo la deserción académica (Gallón & Velásquez, 2023). Este enfoque participativo también tiene un impacto positivo en la motivación, lo que contribuye a una mayor persistencia en los estudios.
La transición de la educación básica a la educación superior requiere que los estudiantes posean habilidades de autogestión y responsabilidad en su aprendizaje. La experiencia de estudiantes que participaron en el programa "Emprendidos 2024" y viajaron a la Universidad Mondragón para conocer nuevas metodologías educativas resalta cómo las metodologías activas, al promover una educación más libre, incrementan la responsabilidad individual en el aprendizaje (Cadena SER, 2025). Estos programas demuestran cómo las metodologías activas pueden preparar mejor a los estudiantes para las demandas de una educación superior más autónoma y rigurosa.
En síntesis, las metodologías activas representan una opción pedagógica que responde a las demandas de la sociedad del conocimiento. Su adopción en las instituciones de educación superior no debe limitarse a una estrategia metodológica, sino que implica una transformación profunda de la cultura pedagógica, donde estudiantes y docentes asuman nuevos roles que dinamicen y enriquezcan los procesos de enseñanza-aprendizaje (Bravo & Cáceres, 2014). Este es, sin duda, uno de los principales retos para quienes buscan no sólo enseñar contenidos, sino formar personas críticas, creativas y comprometidas con su entorno. La integración de metodologías activas en la educación básica es crucial para preparar a los estudiantes para los desafíos de la educación superior. Estas metodologías no solo mejoran el aprendizaje y la motivación, sino que también facilitan la adaptación y permanencia de los estudiantes en entornos académicos más exigentes.
El trabajo autónomo y el trabajo cooperativo en la formación de competencias en educación superior
En el contexto actual de la educación superior, caracterizado por la transición de modelos tradicionales a enfoques centrados en el aprendizaje, el trabajo autónomo y el trabajo cooperativo emergen como dos pilares estratégicos para el desarrollo integral de competencias. Estas prácticas permiten superar el paradigma de la mera transmisión de contenidos, para dar paso a la formación de sujetos autónomos, reflexivos y comprometidos con su propio proceso de aprendizaje y con la colaboración social, tal como lo exigen los estándares de calidad educativa y las políticas públicas en Colombia (Ley 30, 1992; Decreto 1075, 2015; CNA, 2020).
El trabajo autónomo se entiende como la capacidad del estudiante para planificar, regular y evaluar sus propios procesos de aprendizaje (López-Aguado, 2010; González et al., 2018). Esta habilidad, esencial para la vida profesional y personal, fomenta la autodisciplina, la autoevaluación y la responsabilidad sobre la formación continua. Según González et al. (2018), el aprendizaje autónomo es clave en la adquisición de competencias específicas, ya que permite al estudiante relacionar el conocimiento con su contexto social y profesional, superando así la lógica del enciclopedismo. En este sentido, el Decreto 1075 de 2015 en Colombia enfatiza que las instituciones deben garantizar la promoción de la autonomía intelectual de los estudiantes, como parte esencial de la formación integral.
Por otro lado, el trabajo cooperativo supone la interacción entre estudiantes para la consecución de metas comunes, donde no solo se generan aprendizajes individuales sino colectivos (Guitert & Jiménez, 2000). Esta práctica fomenta la solidaridad, la negociación, la gestión de conflictos y la construcción conjunta del conocimiento, configurándose como una estrategia pedagógica imprescindible en escenarios presenciales y virtuales. El Acuerdo 02 de 2020 del CESU, al establecer las condiciones para la alta calidad, reconoce explícitamente la importancia de que los programas garanticen oportunidades de aprendizaje colaborativo e interdisciplinario para fortalecer el desarrollo de competencias integrales.
Ambas estrategias, si bien se presentan diferenciadas, guardan una relación complementaria. Mientras el trabajo autónomo desarrolla la capacidad de aprender por sí mismo, el cooperativo fortalece la interacción social y la construcción conjunta de saberes (Muntaner-Guasp et al., 2022). En entornos virtuales y presenciales, las metodologías basadas en el aprendizaje autónomo y cooperativo han demostrado ser clave para el logro de competencias como la solución de problemas, la comunicación efectiva, la toma de decisiones y la autorregulación (Bravo & Cáceres, 2014).
Desde la perspectiva normativa, el enfoque por competencias (CNA, 2020) y el aseguramiento de la calidad en Colombia establecen que los programas académicos deben propiciar tanto el aprendizaje autónomo como el trabajo cooperativo, garantizando que los egresados puedan desempeñarse en contextos cambiantes y complejos, aplicando conocimientos, habilidades y actitudes de manera pertinente. Estas estrategias no solo permiten cumplir con los requisitos de la acreditación de alta calidad, sino que responden a las tendencias internacionales de la educación superior que promueven una formación integral y pertinente.
En conclusión, el trabajo autónomo y el trabajo cooperativo no son simples metodologías didácticas, sino dimensiones clave de un proceso formativo comprometido con la formación de profesionales reflexivos, autónomos y socialmente responsables. La educación superior colombiana, regulada por la Ley 30 de 1992, el Decreto 1075 de 2015 y el Acuerdo 02 de 2020, tiene el reto de consolidar estas prácticas como ejes estructurantes de los planes de estudio, fortaleciendo así el desarrollo de competencias acordes a las demandas contemporáneas.
La variedad de métodos como factor clave para una educación superior integral y pertinente.
La variedad de métodos en la educación superior no es solo una opción metodológica, sino una necesidad para garantizar la calidad, equidad y pertinencia del aprendizaje en escenarios contemporáneos. En las últimas décadas, las dinámicas sociales, económicas, culturales y tecnológicas han desafiado a las instituciones de educación superior a abandonar la rigidez metodológica e implementar una diversidad de estrategias didácticas que respondan a las necesidades, características y contextos de los estudiantes (UNESCO, 2023; Ley 30 de 1992; Decreto 1075 de 2015). Esta exigencia metodológica es coherente con el enfoque por competencias que estructura la formación universitaria actual, el cual requiere no sólo saber, sino saber hacer y saber ser.
En este sentido, la variedad de métodos consiste en la utilización estratégica y articulada de metodologías activas, tradicionales, participativas, experimentales, virtuales y mixtas, para potenciar el aprendizaje significativo, autónomo y cooperativo (Muntaner-Guasp et al., 2022). Según Buitrago, Jurado y Muñoz (2020), en el contexto universitario colombiano la combinación de métodos se convierte en una herramienta indispensable para atender la diversidad cognitiva, cultural, social y emocional de los estudiantes, generando ambientes que favorecen la inclusión y la equidad.
El Decreto 1075 de 2015 establece en su parte académica que la estructura curricular debe estar fundamentada en el desarrollo de competencias y en estrategias de aprendizaje flexibles y diversificadas. Este mandato es complementado por el Acuerdo 02 de 2020 del CESU, el cual señala que la formación de alta calidad implica “el diseño e implementación de procesos de enseñanza-aprendizaje variados, pertinentes y actualizados” (CESU, 2020, p. 15). La variedad metodológica es entonces un requisito no solo pedagógico, sino normativo y ético, que busca atender las diferencias individuales y colectivas de los estudiantes.
Diversos estudios han demostrado que la combinación de métodos, lejos de generar confusión o fragmentación, produce efectos positivos sobre la motivación, la autonomía, el aprendizaje profundo y el desarrollo de competencias transferibles al mundo laboral (Muntaner-Guasp et al., 2022; Guitert & Jiménez, 2000). Por ejemplo, las metodologías basadas en proyectos, el aprendizaje situado, las simulaciones, las metodologías activas y los entornos virtuales de aprendizaje son altamente efectivas cuando se combinan de manera planificada y reflexiva, generando experiencias de aprendizaje ricas, dinámicas y pertinentes (Bravo & Cáceres, 2014).
La variedad de métodos no debe confundirse con eclecticismo sin criterio. Por el contrario, supone un ejercicio riguroso de selección, planificación y articulación metodológica, que responda a las características de la disciplina, los objetivos de formación, las características del grupo y los recursos disponibles (Buitrago et al., 2020). Además, la normatividad colombiana enfatiza que las instituciones deben garantizar metodologías acordes con las condiciones de calidad, flexibilidad e innovación (Ley 30 de 1992; CNA, 2020).
En suma, la variedad de métodos es un principio de calidad que permite a las instituciones de educación superior enfrentar los desafíos contemporáneos de la formación universitaria. Su implementación no solo fortalece la eficacia pedagógica, sino que responde a las expectativas de una sociedad que demanda profesionales capaces de aprender, adaptarse, innovar y colaborar en entornos complejos y cambiantes.
Reflexión Final
El análisis de las metodologías activas, el trabajo autónomo, el trabajo cooperativo y la variedad de métodos, realizado a lo largo de este ensayo, permite reafirmar la necesidad de repensar las prácticas pedagógicas en la educación superior bajo una perspectiva innovadora, inclusiva y centrada en el aprendizaje. En un escenario global marcado por la incertidumbre, la transformación tecnológica y la complejidad social, la formación de profesionales no puede limitarse a la transmisión de contenidos, sino que debe propiciar el desarrollo integral de competencias.
En primer lugar, las metodologías activas constituyen una alternativa pedagógica que ha demostrado su eficacia en la motivación, participación y apropiación significativa de los aprendizajes. Estas metodologías fortalecen la capacidad crítica, la autonomía y el compromiso social de los estudiantes, elementos indispensables en una educación superior que pretenda formar ciudadanos reflexivos y profesionales éticos. Los hallazgos de investigaciones recientes muestran que, cuando las metodologías activas se implementan de manera consistente, no sólo no afectan negativamente el rendimiento académico, sino que potencian el aprendizaje profundo y la inclusión (Muntaner-Guasp et al., 2022).
En segundo lugar, el trabajo autónomo y el trabajo cooperativo son dos dimensiones complementarias que amplían las posibilidades de aprendizaje de los estudiantes, tanto en su desarrollo individual como colectivo. Mientras el trabajo autónomo favorece la autorregulación, la toma de decisiones y la formación continua, el trabajo cooperativo fortalece habilidades interpersonales como la comunicación, la negociación y la resolución de conflictos. Su articulación adecuada permite cumplir con uno de los principios orientadores de la educación superior en Colombia: la formación integral para la vida, tal como lo establece el Decreto 1075 de 2015 y los lineamientos del Consejo Nacional de Acreditación (CNA, 2020).
Por último, la variedad de métodos se consolida como un principio clave de flexibilidad, adaptabilidad e innovación en el diseño de las experiencias de aprendizaje. La combinación reflexiva y estratégica de diversas metodologías es la vía para atender la diversidad de estilos de aprendizaje, ritmos, trayectorias y necesidades particulares de los estudiantes. La normativa colombiana (Ley 30 de 1992; Acuerdo 02 de 2020) reconoce que la calidad educativa debe evidenciarse no solo en los resultados académicos, sino también en la capacidad institucional de ofrecer ambientes de aprendizaje pertinentes, inclusivos y alineados con las exigencias del entorno.
En síntesis, la integración de metodologías activas, el fomento del trabajo autónomo y cooperativo, y la planificación mediante una variedad de métodos no solo fortalecen la formación de competencias, sino que configuran un modelo de educación superior más humano, flexible, ético y socialmente comprometido. El reto para las instituciones y docentes será trascender la implementación aislada de estas estrategias y asumirlas como parte constitutiva de una cultura pedagógica transformadora y de alta calidad.
Referencias
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